El mundo de las SÓLO 500 PALABRAS
MI PRIMER Y ÚLTIMO TRAGO
En sólo 500 palabras
Historia escrita por Carlos Ml. Bidó Gómez
Estoy sólo en un bar. La fuerte música del lugar me adhería a partes envolvente de un sinnúmero de recuerdos dolorosos. Errores que pudieron haberse evitado se transforman rápidamente en una metástasis que me mataba lentamente. Sin saber a dónde ir, me refugio en una botella de alcohol. Un vaso cristalino refleja mis ojos tristones ante las miradas desapercibidas de quienes disfrutaban el ambiente. Soy un abstemio que quería estrenarse para olvidar su pasado.
Con la ayuda del camarero que se percató de mi inexperiencia, vertió ese líquido de color dorado sobre un vaso que conocía mi rostro. Con mis manos tomando mi cabeza, ese misterioso hombre me dijo poniendo su mano en mi hombro: “por las que perdimos”. Al subir mis ojos intenté sonreír sin alcanzar a mostrar mis dientes. Creo que entendió por lo que estaba pasando.
Acerqué el licor hacia mi nariz. Una inhalación de múltiples recuerdos conectaron con mis ojos y una enorme lágrimas bautizó mi primer trago. Una respiración profunda fue la catapulta para tomar de un solo golpe un envolvente líquido que estalló en mi cabeza como bomba atómica. Me estiré hacia detrás y sentí como todo me daba vuelta. Bajé mi cabeza como si todo estaba perdido y miré como ese vaso vacío tenía un gemelo. Me preguntaba si tomé en una copa o en dos. Mientras intentaba luchar para no caerme de la silla, unos ojos que me contemplaban me habló. Pensé que estaba en una película porque era la mujer más bella que había encontrado. Esta vez sí pude mostrar todos mis dientes con una sonrisa y en un lenguaje algo extraño le dije: “hola”. Creo que el alcohol me estaba haciendo aprender un idioma nuevo. Pienso que no contestó a mi saludo pero mis ojos siguieron contemplando su cara hasta que su escote hizo que abrieran mis ojos como buscando salirse de su centro. Estaba ante la protagonista de alguna película.
Comencé a hablarle de mi vida y sin darme cuenta estaba en una habitación. No era mi casa porque la cama era más grande. Buscaba mi foto en la mesita de noche y sólo estaba una lámpara. Un fuerte empujón me hizo caer en la cama. Se movía como una marea mientras que mi cabeza me seguía dando vueltas.
No recuerdo lo que pasó pero a la mañana siguiente desperté abrazado a la que me imagino fue una fiera en la cama. La lucidez me hizo sentir que estaba famélico. Creo que no importó porque pasé una noche violenta con una mujer que era perfecta. Mi reloj, que marcaba el medio día, me hizo entender que la rumba fue larga. Contemplo esa cabellera y una piel larga. No iba a desaprovechar la oportunidad y comencé a pasar mi mano. Recubro su cuerpo y toco unos firmes senos que no me impidieron seguir mi marcha descendente. Hasta que irrumpe mi desenfreno mi primera palabra del día: “coño”. Toqué algo que no esperaba… era un hombre. Nunca más vuelvo a tomar.
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UN HECHO INESPERADO
En sólo 500 palabras
Cuando leemos una historia suponemos que el escritor nos ha llevado por su mundo interior ¿De verdad suponemos entenderlo? Para muchos, un relato refiere al comportamiento eximio del autor. En realidad el peso de una historia quiere marcar una sintonía con tu vida. De hecho, cuando un acontecimiento hace abrir tus ojos sin querer, no hay nada más que decir que “cualquier semejanza a la realidad es pura coincidencia”.
Si en tu mente se almacenan hechos como: resort, baile, bebidas, piscina, playa y presunciones de seguro pensarás que la noche no pasaría desapercibida. Sin embargo, tu respuesta cambiaría de forma si compartieras ese fin de semana con tus padres y tus hermanos biológicos ¿verdad que sí? La respuesta es una: Morbo. Somos títeres de unas letras informativas. Pero llevamos el anzuelo al lado del río que queremos; el resultado gratificante no lo brinda la sapiencia sino la experiencia.
Sin lugar a dudas, se nos mueve la templanza cuando vemos algo que acelera nuestras hormonas; la efímera respuesta apunta a una posibilidad personal. Con esto, las neuronas no sólo intentan reconocer un estímulo diferente sino que ordena a esa parte del cerebro que es algo exquisito. Y mejor aún, si lo prohibitivo fuese la guarnición perfecta para romper tu marcapasos.
Somos la inalienable creación de un modelo moralista. Sin quitarle valor ni suponiendo el lado extremo de la balanza, queremos realizar las cosas que nuestros ojos suponen gustosos. Las reglas, más que una quietud moral se humilla ante lo que oculta la cortina del pecado. Lo delictivo ni se inmuta pero Dios lo sabía. Lo destacable es la respuesta que siempre intenta disimular con excusas lo que las hormonas quieren. Supongo que pueden más que nuestro deber ser.
Dos opciones te quedan: aguantar o aguardar. La segunda es esa expresión vil de “tomar la calle”. Te lleva a olvidarte de todo lo correctivo e incursionar en la aventura; simplemente con la regla de que “solamente una vez y nada más”, canción que te enternece y anima. Hasta que por fin, las cosas no son como lo esperas. No, era mejor; lo planificas y quedas corto. Lo imaginas y es como un estupor incrédulo de lo nunca visto. Lo quieres detener pero ahora lo anhelas con más fervor. Sencillamente la vida debe cambiarme; ajustarme a un nuevo estilo debe ser ahora mi sacrificio.
Nos preguntamos si estamos haciendo las cosas por hacerlo o Dios nos está probando. ÉL quiere que seamos benévolos o que entendamos que sólo ÉL es perfecto. Coincidir con quien te hace ser tú, te hace aprovechar cada oportunidad como tu último sollozo. Es como una corriente que te cansa hasta que dejas que te lleve a donde quieras. Y sólo abro los brazos y mis suspiros intentan distraer la perspicaz sonrisa de satisfacción que tengo. Ni la enfermedad ni la decencia deben oponerse porque en la barriga no se manda. Que la gordura se vea porque hay ropa para todo tipo de personas que existe. Me lo comí.
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